EL REINO DE LAS SOMBRAS
por Jaime Barba
Galopaba tu sonrisa
y volaban tus cabellos.
El asombro de la noche era un manto de esmeraldas
que bajaba, lentamente, sobre lagos de silencios.
Nos quisimos,
y acercamos nuestros ojos para vernos;
y mis brazos te estrecharon,
y mis nervios
parecían como alambres
cuando hundióse mi mirada en el pozo pavoroso
[de tus grandes ojos negros.
Vi en tus ojos la amargura
de otros ojos ya lejanos que a mis ojos
[se prendieron,
y te quise, mudamente, para ver si en la mirada
de tus grandes ojos bellos,
se asomaba el Desencanto, se filtraba la ternura
de otros ojos, que una noche, en mi sangre
[enamorada fueron fuego.
¡Oh tus ojos de remansos imposibles,
de tristezas infinitas donde moran mis recuerdos!
¡Fatigados ojos tristes;
obstinados ojos tiernos,
que al mirarlos, dulcemente,
me han clavado sus pupilas, aferradas, cual
cristales de otros grandes ojos negros!
¡Cuántas sombras! ¡Cuanta angustia!
¡Cuántos miedos
siento al verte en mis noches de tinieblas,
siempre ausente de refugios y de rezos!
¡Cuando vi tus grandes ojos,
cuando vi tus ojos negros
de fluyentes amarguras
como dardos al acecho ...,
se nubló de pronto el alma,
se poblaron de fantasmas las raíces de mi cuerpo!
¡Y esa noche tan terrible,
primitiva y con tus besos,
galopaba tu sonrisa,
se incendiaban tus cabellos,
y el asombro de la noche como mar enloquecida
[perturbaba sus misterios!
¡Fueron anchos desgarrones de amargura,
cicatrices ya remotas que se abrieron
como ríos caudalosos sin orillas:
porque vi en tus ojos negros,
ese frío penetrante de otros ojos,
de otros ojos que me acusan ..., me persiguen,
[como ojos de lebreles desolados y perversos!