III
por Jaime Barba
Todo lo que existe
halla contentación
en las voces del viento.
Los elásticos tendones del ciervo
son los regocijos del aire.
Las mariposas dormidas sueñan
con las innobles espinas del rosal.
Busca, en un mar sin orillas,
el llanto que se escuchó una noche
cuando tus ojos y mis ojos
eran como espumas temblorosas
sobre las escamas de los peces.
Cuando al naranjo lo endulzan las espinas
o el tiempo se revuelve de angustia
en las ternuras del viento: Pienso en ti.
Pienso en ti que eres lo mismo
que un suspiro encerrado en las páginas
de un libro,
o como las ramas de un árbol
acariciado por la lluvia.
Tus manos y mis manos,
como soles sorprendidos,
se alargan lo mismo que raíces,
o van delirando
como si un mediodía de azufre,
cayera,
de pronto,
sobre la piel de una azucena
desolada.
¡Tristes, inmensamente tristes,
mis dedos,
son como relámpagos sonoros
cuando todo se vuelve silencio!