XIII-a
por Jaime Barba
El viento, lo mismo que un caballo loco
con cascos de espumas
y estrellas en las crines: pasa.
La noche se derrite de angustia
si los dedos azules del odio
traspasan las neblinas del silencio.
Semejante a una paloma blanca
que se desplomó una tarde,
el amor nos llega con los párpados caídos.
El mar reparte rosas que semejan
caracoles enamorados.
Golpeando las paredes de la vida
la envidia retumba,
los muros se desmoronan
cuando pasa su lengua fría,
implacable,
como si fuera la piel de un lagarto
venenoso.
Como atropelladas sombras
la palabra lanza gritos de ausencia.
Todo es lo mismo que una esperanza
que un día se vistió de alabastro.
Se angustian las hojas de los árboles.
Doloroso silencio anda extraviado
por los caminos sin parada.
Aguas ácidas se regocijan a la intemperie
de los jardines sin flores.
El tiempo muerto mastica tinieblas,
deambula,
sin que nadie pregunte en dónde se agazapa
la paloma que murió de frío.
EL alacrán de las tinieblas
fue como un alarido en la noche
cuando el mar vociferaba en la distancia.